Confesiones de un modelo de Montparnasse: o como pasé mis vacaciones de verano.
por Chris Card Fuller
Traducción Pascale Clauzure
Me gustaría decir que lo hice por arte. O , muy sencillamente, formar parte de la historia de Montparnasse. La verdad es que, para los estudiantes parisinos, encontrar un oficio de verano no es una tarea fácil. Era cierto en los años 1970 y sigue siéndolo hoy día. En la época en que la Fundación Cartier para el arte contemporáneo era todavía el centro norteamericano del bulevar Raspail, el césped y el jardín de esculturas parecían algo marchitos y poco cuidados. Pero era también el lugar donde los estudiantes podían acudir gratuitamente y consultar el tablón de anuncios de ofertas de empleo.
Me llamó la atención un anuncio escrito a mano « Escultor busca modelos » y se me ocurrían pensamientos inevitables. « ¿ Será un escultor serio, o no ? ».
Una llamada telefónica no podía hacerme daño, pues llamé al señor Lacroix. Una mujer contestó al telefóno. Tenía un fuerte acento que sólo podía proceder de Norteamérica y de Nueva Inglaterra. Era la señora Lacroix (más tarde en la semana me enteré de que venía de Masachusetts).
Armand y Betty Lacroix vivían y trabajaban en la Cité Fleurie, un conjunto de talleres de artistas situado en el bulevar Arago, en el distrito XIII de París, no muy lejos de la plaza Denfert-Rochereau.Un día soleado de julio, llamé a la puerta para adentrarme en un « jardín secreto » mágico, donde la vegetación parecía dominar la fila de talleres creados a partir de los vestigios de una exposición universal del siglo XIX.
Un gato negro se abrió camino entre ramas de hiedra que colgaban de la ventana de la cocina del taller Lacroix. Fue Betty la que me saludó, su melena entrecana atada en un moño, con mechones atusados desprendiéndose. Armand salió de su taller, quitándose de las manos el polvo de yeso. « ¡ Puse este anuncio hace mucho tiempo! ». Huelga decir que estaba extremadamente nerviosa. ¿ Estaría yo lista para esto ?
Marcó Armand la zona donde yo estaba. Parecía un muy pequeño espacio comparable a la osadía de crear un haiku con tan pocas palabras. Mis pies descalzos macularon una mancha de polvo de yeso. Estaba con la mano en la espalda, a la manera de una bailarina de Degas y observaba las imponentes esculturas de los antiguos modelos. Parecían más grandes de lo normal y me sentía muy frágil, sólo carne y hueso en comparación con sus masas fijadas para siempre
Durante el mes de julio, llegaba cada día a las 9 de la mañana. Trabajamos de las 9 al mediodía con pausas de diez minutos. Armand me hará un cheque al final de la semana y decalarará con alegría « ¡Es exactamante la cantidad que les daba Rodin a sus modelos ! ». Rodin nunca trabajó en la Cité Fleurie, pero su patinador de bronce sí vivía aquí y, muy a menudo, Rodin venía a confesarle sus problemas personales y sus amores.
Mientras trabajaba Armand, me hablaba. Me decía, ¡ vaya al museo de Rodin, y vaya a ver sus Cariátides caídas ! Son obras maestras. Hablaba de la batalla pendiente para salvar la Cité Fleurie del derribo. En los años 1970, unos promotores habían adquirido la Cité para derribarla y construir edificios generando ingresos más rentables. (Lacroix y los otros miembros de la Cité ganaron su batalla)
Mi trabajo de verano acabó. Años más tarde, volví a saludar a Betty y Armand. Armand acababa de curarse de un cáncer de garganta (el taller se calentaba con una estufa de carbón). Falleció poco después de mi visita. Su mujer Betty falleció poco después (…)
Hoy día, grupos de turistas se detienen a menudo delante de la Cité para hablar de todos los artistas famosos que « vivieron » en la Cité Fleurie. Ciertos entre ellos aquí vivieron, otros no, pero recordaré a los que siguen viviendo en mi corazón : Armand y Betty Lacroix. El día en que había pasado el umbral de su puerta, había hallado mi casa en París.